Incrédulos los dos subieron por las escaleras al oír aquellas voces sin rostros. El crujido de las maderas al subir producía el lamento triste y doloroso de la casa, igual que cuando eramos pequeños y nos contaban esas historias de casas encantadas. Al llegar al rellano, la humedad era asfixiante y la poca luz que se filtraba por los huecos de las ventanas dejaba líneas fantasmales proyectadas en el suelo. Se acercaron a la puerta lentamente, la primera a la derecha, y enmudecieron cuando sus ojos se acostumbraron a la escasa luz de la habitación. La expresión en sus duros rostros reflejaban las consecuencias de sus actos. Aquel año sería el mejor año de sus cortas vidas. Era un fastidio que solo quedara un mes para finalizar aquel verano.