Odiaba ir a visitarla al cementerio, siempre que iba su rostro aparecía en su cabeza, como si fuese un meteorito gigante. Su imagen daba vueltas por su mente como si estuviera recorriendo un laberinto. Y, aunque no le gustaba ir, después regresar era demasiado difícil para él, una vez que empezaba a hablar con la antigua lapida era muy difícil abandonarla, dejarla allí con las demás, en completa soledad. Y es que el no conocía a la persona que estaba allí enterrada, pero sentía una extraña atracción hacia ella, quizás fuera porque tenía su propio nombre e imagen grabada en ella.