Tomaste una servilleta de papel y escribiste tres renglones, yo no sabía que eso cambiaría todo el resto de mi vida y nunca pude agradecerte. Fue tal la sorpresa que no pude emitir ni una palabra. Tal vez te decepcioné, pero como tú me conoces mejor que yo, descarto que entendiste mi sorpresa, y hasta mi incredulidad. Yo no soy muy adepto a los elogios, y tú lo sabes. Enmudecí porque no logré encontrar una expresión que representara mi pensamiento. Debo confesarte que estaba más que bloqueado, pero me derrumbé cuando observé ese fastidio en tu mirada, la del maestro ante el discípulo desorientado, del que se espera más. Ahora lo entiendo claramente, esos tres renglones solo tenían un significado: ¡Te quiero como un hermano!