Sus ojos verdes buscaron los míos, y tratando de sacar de raíz esa angustia, igual lloraba y los encontró. Lo sabía todo y sin embargo no entendía muy bien mi enojo. Le había dicho que no corriera, que debía cruzar por la senda, que mirara bien hacia los lados, que guardara el teléfono en el bolsillo, que... Allí estaba parado frente a mí, sentía su presencia, con sus ojos tristes, y yo enojada y él que se iba, de a poco. Nadie tuvo que decírmelo, lo supe adivinar. Quiso tomar mi mano y no pudo, se desvanecía como el humo. Nadie escuchó mi llanto de enojo porque yacía junto a él en la acera húmeda.