Cámara
La noche era fría y oscura. Solo el eco de pasos furtivos rompía el inusual silencio de la calle. El hombre paró delante de la puerta del bar, solo un débil rayo de luz salió a recibirlo desertando de la fiesta que se celebraba en su interior. El individuo encendió un cigarrillo a la vez que palpaba nervioso sus bolsillos.
Testigo:
Era tarde, bien entrada la noche y una vez más, por tercera noche consecutiva, observé como el desconocido se acercaba al antro. El tugurio tenía las puertas cerradas pero yo sabía que estaban todos dentro. ¡Qué raro! -pensé- Siempre entra muy rápido. ¿Qué hace? ¿A qué espera? ¡Lo van a pillar!
Protagonista:
Sí, sé que está prohibido, pero no aguanto más. Los políticos me tienen harto, puede que tengan engañados a todos los borregos que viven en este país pero a mí no me cuelan sus patrañas. Ya estoy aquí, no me ha visto nadie. No sé por qué estoy tan nervioso, necesito un cigarrillo. Unas caladitas y para dentro, a disfrutar de la fiesta de los lobos mientras las ovejas pastan encerradas tras las persianas. Pero... ¡no puede ser! ¡No la llevo! Se me ha debido caer por el camino, esto me pasa por ir con tanta prisa. ¡Maldita suerte la mía!
Omnisciente:
El peligro era real, pocos lo dudaban, pero los continuos bandazos del gobierno tenía desconcertada a la población. Muchos obedecían, mitad por responsabilidad mitad por apatía, pero unos cuantos rebeldes se atrevían a saltarse el toque de queda y la prohibición de reunirse y organizaban fiestas clandestinas. Alberto era uno de ellos y uno de los fijos en aquel bar, aunque siempre, por si las moscas, se protegía con mascarilla del peligroso virus. Pero aquella noche tuvo mala suerte y se equivocó al decidir entrar en batalla sin protección.
2021-12-08 19:52:25